Hay quienes hablan de la crisis de los 23, que la de los 24, la de cuarto de siglo, la de los 30, los 40…
Esto me hizo preguntarme,
¿En verdad entramos en lo que se puede definir como una crisis, o somos nosotros mismos los que nos inventamos el término para justificar el identificarnos con otros que se sienten igual?
A mis casi 24 años me puedo dar cuenta de varios puntos esenciales que estoy viviendo o que he aprendido y que la gente a mi alrededor vive por igual, pues la década de nuestros 20’s es la más emocionante, triste, complicada, sorprendente y confusa que vamos a tener. En verdad no existe una crisis como tal, pero secretamente nos encanta el dramatismo que le da la palabra a nuestra vida.
Si lo pensamos bien, nuestros 20’s son los que suelen englobar algunos de los eventos que más nos marcan en nuestras vidas; y lo más chistoso es que llegan a ser bastante contrastantes entre sí. Obtener un trabajo que amamos o renunciar a uno que odiamos, emprender, fracasar, tener un bebé, casarnos, terminar una relación, viajar, estudiar una maestría o un curso, tomar una clase de un pasatiempo que nadie conoce, vivir con nuestros padres, independizarnos… y la lista sigue.
En nuestros 20’s, somos jóvenes confusos: nos sentimos «en edad» como para salir a divertirnos y tener un millón de preguntas y dudas acerca de nuestro camino, pero también nos sentimos «viejos» ya para juegos emocionales, relaciones tóxicas o fiestas maratónicas. Lo que a veces olvidamos es que nosotros creamos nuestra propia historia. La vida no es lineal y cada quién forma su camino. Nunca llegamos tarde, siempre estamos a tiempo.
Nos damos cuenta que es mejor ser honestos y decir lo que sentimos, pues ya no tenemos la paciencia ni las ganas para aguantar tanto drama.
Dejamos que las mismas cosas nos vuelvan a hacer daño una y otra vez, pero no entendemos que para detenerlas no son ellas las que tienen que parar. Somos nosotros los que debemos dejarlas ir. Comprendemos con el tiempo que el perdonar es el primer paso para sanar.
Nos damos cuenta que el olvidar no existe y el recordar sin que duela es todo un proceso mental que nos obliga a no saltarnos ningún paso, aunque queramos adelantar el tiempo a como dé lugar para sentirnos bien.
Somos desesperados y tomamos decisiones en un arranque emocional o del momento, para luego arrepentirnos y atormentarnos cuando las cosas no salen como lo planeábamos o esperábamos. Todavía no entendemos que no se puede volver el tiempo atrás y debemos pensar dos veces antes de hablar o actuar.
Ya las crudas nos pegan de más y no podemos acordarnos de cuándo fue la última vez que no necesitáramos mil remedios solo para funcionar en el trabajo o simplemente para pararnos de la cama.
Trabajamos y ahorramos a veces sin estar seguros para qué lo hacemos. Nos repetimos que es para nuestro futuro y hacemos un millón de planes, todo para darnos cuenta al final que la vida muy probablemente tiene otros para nosotros.
Somos orgullosos para pedir ayuda y temerosos para confiar en alguien, pues nos hicimos duros. Creemos que somos autosuficientes y que todo podemos hacerlo solos. No entendemos que el ser adulto involucra escuchar otros puntos de vista, dejar de creer todo lo que oímos y que debemos contar a los verdaderos amigos con los dedos de una mano.
Nos llega la nostalgia de tiempos pasados, donde solíamos creer que todo era «fácil y simple», pero somos sinceros y entendemos que probablemente siempre nos sentiremos así, no importa si tenemos 50 o 60 años, la vida seguirá poniéndose cada vez más compleja, pero cada año que pase nos sentiremos más capaces para lidiar con los obstáculos.
Nos da un inmenso miedo el fracaso, pero confiamos que vamos por el camino correcto y aprendemos a rodearnos de aquellos que nos empujan a ser mejores. Ya no hay espacio en nuestras vidas para comentarios innecesarios, momentos incómodos y personas que juraron estar con nosotros en las buenas y en las malas, pero eligen irse de nuestra vida.
Cada vez llama menos la atención el salir a antros hasta la madrugada y hablar con extraños en el baño, y solo quieres quedarte en tu casa a ver una película y escuchar música en las pijamas más destruidas que tengas, pero que son tus favoritas.
Ya el querer irnos a vivir a otro lugar o estudiar una maestría son planes reales, pues nos damos cuenta que ya somos lo suficientemente adultos para no necesitar permiso de nuestros padres y mantenernos económicamente.
Nos da miedo avanzar, pues a veces sentimos que nos tiramos al vacío y quién sabe dónde aterricemos. Pero pronto, nos damos cuenta que ganamos más al estar en movimiento y no quedarnos estancados.
Ya no hay números, calificaciones, comentarios, exámenes o personas que nos definan, ahora nos toca a nosotros llenar las páginas de nuestro libro con experiencias propias. Ya nadie te dará la mano como antes, aprendemos a no depender de nadie para nuestra felicidad y nos damos cuenta de qué tan chingones somos en lo que hacemos y lo que podemos ofrecer al mundo.
Lentos pero seguros, tenemos cada vez más claro lo que queremos y lo que buscamos de la vida. Apreciamos a nuestras familias por quienes son y todo lo que nos dan. Entendemos sus heridas y dejamos de entrometernos en sus procesos. Ya no caben en nosotros berrinches ni el querer caerle bien a todo mundo, porque solo importan los que están a nuestro lado y nos dedican el tiempo.
Nos obsesionamos con redes sociales y nos dan envidia las supuestas vidas perfectas de otros, cuando no nos damos cuenta que esas vidas no existen. Una red social es revelar al mundo tu vida, ¿tú crees que alguien va a publicar un Story cuando esté llorando a las 2 am en su regadera? ¿O una foto donde la luz no les favorezca y se vea algo que no vaya con los glorificados y falsos estándares de belleza?
En nuestros 20’s nos damos cuenta que las redes sociales no determinan nuestro valor, que todo ahí es publicar únicamente lo bueno que nos pasa, pero no refleja la realidad al 100%. Aprendemos a verlas como una gran plataforma para dar a conocer nuestras habilidades y nuestro talento, no quien quisiéramos ser o qué quisiéramos tener. Nos hartamos de los mensajes ocultos y las señales confusas. Dejamos de sentir que un ‘Like’ define si nos merecemos ser vistos o escuchados.
Esperamos demasiado de otras personas, queremos que hagan las cosas a nuestra manera, que nos amen como queremos y que prometan estar siempre a nuestro lado, pero llega un punto en el que asimilamos que así no funciona la vida y tenemos que aprender a coexistir con todo y sus defectos, porqué ahora sí reconocemos los nuestros (¿Y cómo cuesta, no?).
Nos dan ganas de mandar todo al carajo, rendirnos y bromear con que queremos que alguien venga y nos resuelva la vida, cuando sabemos dentro que nadie lo hará más que nosotros.
Nos sentimos triunfadores cuando alguien nos alienta, aprendemos a hacer el tiempo para las personas y las actividades que realmente importan, dejamos de preocuparnos por cualquier cosa, nuestros pensamientos y prioridades cambian y nos vamos haciendo un hueco muy especial en este mundo, donde sabemos que encajaremos perfectamente y a la medida.
Es durante esta etapa que tomas decisiones clave. Disfrutas tu libertad pero también luchas contra tu inmadurez. Tus prioridades poco a poco empiezan a cambiar. En esta etapa preparas la tierra para la enorme cosecha que viene. Te seguirás equivocando, pero ahora sí tienes la opción de decidir sanar y aprender a amar. A ti mismo y a otros. Dale a tus 20’s la importancia que se merecen y permítete vivirlos tal cual (Y no sufras por lo insignificante).