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¿Cómo puedo ser mujer en México?

Feminicidio. Una palabra que lleva consigo mucha rabia, mucho dolor y, sobre todo, (prácticamente) impunidad total.

Los gritos se vuelven eco y la búsqueda por justicia siempre llega a un callejón sin salida. El punto muerto en el que las lágrimas se secan y el corazón arde.

¿Cómo puedo ser mujer en México?

¿Cómo puedo existir sin miedo, si me siento insegura a cada paso que doy?

¿Cómo puedo salir si me culpan de todo lo que me pueda pasar?

Es difícil tener que leer y reportar noticias así al mundo. Todos los días. No hay algún día que pase en el que no sepa de alguna tragedia. Mi coraje crece por aquellas que ya no tienen voz porque se las arrebataron.

Ingrid, Lesvy, Mara, Fátima, Itzel, Marbella, Abril, Raquel, Valeria y miles y miles de mujeres que han muerto a manos de alguien «más fuerte». El «sexo débil», como a muchos les gusta llamarnos. El sexo débil es todo menos eso. El sexo débil ahora lucha por respuestas. El sexo débil ya no se queda callado y eso es algo que le incomoda a muchos; sobre todo al Poder (con mayúscula). Que ‘feminazis’, que ‘ardidas’, que lo que sea.

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Es como si insultar les diera más poder. No me refiero solo a hombres, sé que muchas mujeres hacen este tipo de comentarios. Y, ¿saben qué? esto no es un asunto para tomar bandos. No es un momento para hacer comparaciones absurdas o sacar a relucir las cifras de homicidios que ocurren a diario.

«También matan a muchos hombres»

Eso ya lo sabemos; el sistema está podrido y las leyes que deberían protegernos nos hacen más vulnerables. A todos. No es un «todos los hombres son unos asesinos/violadores/acosadores». No lo son. Sería tonto pensar así, ya que esto no se trata de catalogar a un sexo como superior o inferior, nunca lo ha sido. Y aquí hablo por mí, pero sé que muchas (os) compartirán lo que digo.

Tachar a todos los hombres o mujeres de ser o representar una idea en general es lo más ignorante que existe. Encasillar a un género en un estereotipo es justo el punto que se trata de erradicar.

Esto ya es un problema arraigado. Son innumerables los factores que juegan un papel aquí. No podemos atribuir lo que está pasando a una sola cosa. La falta de valores, la pérdida de la cultura del respeto y la falsa creencia de que alguien es superior a alguien –de que se tiene derecho sobre otro ser humano- son solo una pequeña parte del origen.

Un nivel tan tóxico que ya ha permeado todas las capas de la sociedad, al grado de dejarnos como estamos. Una sociedad que está aterrorizada, que no habla de otra cosa que no sea la violencia, porque ya está engranada en nuestro día a día.

Culpar a un solo sexo de atacar al otro, al parecer, es el argumento más usado cuando se trata de minimizar el problema. Eso es lo que yo he escuchado y no he parado de leer en redes sociales.

Pero déjenme aclarar algo. La balanza es clara. Yo también -como muchísimas mujeres que conozco- he sentido miedo al estar sola por la calle. Yo también me he sentido vulnerable solo por el hecho de ser mujer. Yo también he tenido terror de que le pase algo a una amiga, a mi hermana, a mi mamá. La brecha es enorme, eso me queda claro y eso es lo que hemos estado gritando para ver si nos escuchan.

Conozco a hombres maravillosos que comparten lo que yo siento y que reconocen el temor que muchas veces no puede calmarse. Es una preocupación de nunca acabar. Me duele en el alma que más del 99% de estas muertes queden impunes. Olvídense de la justicia en este país.

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Estamos en un punto crítico en donde activar la Alerta de Género es motivo de dudas ya que «va a causar pánico». Pero claro, ¿por qué no habría de causar pánico saber que más de 10 feminicidios (hablo solo de los reportados a autoridades, la cifra podría ser mucho mayor) ocurren al día en México? ¿Si ya rompimos récord en el 2019 y este año -a solo dos meses- ya ‘pinta’ para ser peor?

Desde que nacemos, ¿nacemos en desventaja? Lamentablemente, esa es la realidad de la mujer en México.

Y que pinten muros, que hagan ruido, ¿qué tiene? Destrozos materiales no son nada comparados a los destrozos que estos despreciables actos causan en familias enteras. Si esto le pasara a tu mamá, a tu hermana, a tu pareja… ¿siguieras pensando que fue su culpa o que ella se lo buscó?

Y bueno, no pretendo hacer maravillas con esto, pero creo que si no expresaba el nudo que tengo en la garganta me iba a ahogar. Y claro, I agree to disagree (si estás de acuerdo qué bueno y si no, respeto ante todo).

Quiero que aquellas mujeres que creen estar solas en esto puedan sentir que tienen una mano más sobre sus hombros. Que hay alguien más que las apoya, las defiende y quisiera ver que las cosas cambien.

Porque no es nada fácil ser una mujer, mucho menos en México.

 

¿En qué cree el escéptico?

La pasión por hacer lo que tú realmente quieres.

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Tantos momentos en mi vida que sentía que tenía todo en orden, que lo que yo buscaba era seguridad, cuando en verdad hoy me doy cuenta que tengo mil planes en el aire, tantas metas que cumplir. Que el estar insegura está bien, que el no saber dónde establecerme también lo está y que no tengo que seguir un camino concreto en mi vida aún.

Llevaba varias semanas confundida, trabada en lo mismo. Dándole vueltas a cosas que ni siquiera existen, a planes que aún no se concretan, a recuerdos, momentos donde yo era diferente a cómo me siento ahorita. Queriendo quedarme en un lugar en mi mente en el que simplemente ya no quepo, un lugar donde ya rebasé mis visitas.

Estaba resistiéndome a avanzar, más que nada mentalmente. Sentía que había algo que me frenaba y no podía describir que era. Pasaba muchas noches pensando y tratando de encontrarle un sentido a lo que hago. Quería no solo poder decir “porque me gusta” o “porque quiero”, si no pronunciarlo con ganas, con seguridad de que estoy en un momento clave en mi vida. Eso me hizo pensar…

¿En qué cree el que no cree en nada?

Aquel que no se despierta todos los días con un objetivo. Aquel que no se detiene a pensar en el proceso. El que vive al día, sin preocupaciones, sin ningún tipo de fe en la que basarse para crecer y poder avanzar. Establecido en su zona de confort.

Me sentía muy sola para creer en algo. Sentía por alguna razón que solo por no compartir a alguien mis planes los hacía menos reales. Me había estado sintiendo desanimada, sin ganas de hacer las cosas como antes, perdida más que nada. No sé si esperaba algún tipo de aprobación o tener un letrero gigante en mi cabeza que dijera “Mira, si tengo planes de cumplir mis sueños pero dame tiempo”.

Como si tuviera que justificarme porque estoy donde estoy, por lo que digo, lo que escribo, lo que pienso y lo que quiero hacer. Ya me tocaron varias personas que hasta les diera risa cuando les compartí mis planes en el pasado y no de una manera en la que ellos pensaran que era ‘ofensiva’, sino más bien con un aire de compasión. Escépticos. Como si pensaran que aspiro a ‘demasiado’ y no tuviera idea de que el camino será largo y complicado. Nada personal, más bien creo que se trataba de algo que tenía que ver con ellos, no conmigo.

Sé que ahora en este momento de mi vida podré no estar exactamente donde quiero estar o puede que no todos los días me levante con una sonrisa de oreja a oreja como robot para empezar un día largo en el trabajo, pero si de algo estoy segura es que absolutamente todos los días creo en mí y aprendo algo nuevo de mí misma y del mundo que me rodea. Creo que todo lo que hago lo hago con un propósito, con planes que me guardo para mí, para cumplir con mis “ridículas” expectativas. Que aunque a veces me empujen a mis límites, me hagan quebrarme por no siempre poder llegar a esos niveles de perfección prefabricados en mi cabeza, son esas expectativas que me evitarán caer en lo que más me da miedo: la mediocridad.

Mi sentido común me ha enseñado con el tiempo que lo ideal es desenvolverte en un ambiente donde te sientas valorado como persona. No porque necesites de la aprobación de otros o que te recuerden todos los días qué tan bueno eres en lo que haces, si no esa sensación de que trabajas en equipo, sea una relación amorosa, de amistad, laboral o familiar.

Dejé pasar mucho tiempo en decidirme a hacer algo grande con mi vida, pero creo que voy bien. Ya todo está aclarándose en mi cabeza y cada vez me siento más segura de mi siguiente paso. Sé que hay días en los que me voy a sentir dudosa o nerviosa de tomar una decisión, pero confío en que internamente sabré las respuestas a lo que busco. Sin depender de la opinión de nadie más que la mía, creer que voy por donde debo y seguir por ahí. Avanzar y saber que nada va a ser fácil, que muchas veces no voy a estar preparada para lo que me pase, porque no todo se planea en esta vida. Aprendí a soltar y ceder el control de mis circunstancias, crear paz dentro del caos. Creer que puedo sobrevivir todo y aprender de ello. No dejarme caer porque eso sería rendirme. Y si estoy pasando por todo esto para cumplir mis sueños, pues no quiero que sea en vano.

Soy una fiel creyente de que si algo cabe en nuestra mente, cabe en nuestro mundo. También creo que todo lo que damos vuelve, tal vez no en la misma forma que esperamos, pero nos hará más fuertes, mejores, más ubicados en un mundo que da tantas vueltas.

A veces creamos una imagen de nosotros mismos en nuestra cabeza que nos da miedo no alcanzar. Nos aterra no cumplir con las expectativas, sentir esa presión que nos hace dudar si en verdad estamos haciendo lo correcto. Dudamos mucho de las cosas porqué nos mantenemos a la expectativa de lo que el mundo tenga que decir acerca de nosotros. Esperamos la condena cuando ni siquiera hemos cometido el crimen. Nos preocupa demasiado mantener una imagen, aparentar que todo va perfecto, vernos fuertes, dejar de creer que el cambio es posible y es bueno.

Somos seres humanos y el miedo es algo inevitable. Es muy fácil decirles que no tengan miedo, que todo se va a acomodar al final. Eso ni lo sé yo ni lo sabes tú. Pero el poder creer en algo, el clavarnos esa idea en la cabeza, creo que es lo que nos saca de cualquier mal rato. De cualquier error, de cualquier momento que nos haga sentir débiles.

Cuando analizamos demasiado las cosas, repetimos tantas conversaciones y escenas en nuestra cabeza porque simplemente queremos todas las respuestas, ¿a dónde queremos llegar?.

A veces duele más el rechazo, el fallar y la emoción en sí que lo que en verdad pasa. ¿Y quién controla nuestras emociones? Nosotros y nuestras expectativas.

Cuando nos aferramos tanto a algo que nos hace felices, que nos hace sentir bien, que nos pone en un pedestal, es cuando empieza la presión. De querer siempre ser mejor que la última vez, superarnos, crecer y alcanzar cierto estándar.  Eso está excelente, pero como humanos muchas veces no distinguimos esa línea que nos hace cruzar al punto de buscar validación. Buscar esos cumplidos, tener hambre de ser querido, de ser aplaudido y ser buscado. Y si un día nos mueven ese piso que creíamos era el más sólido del universo, nos sentimos perdidos. Eso que nos hacía sentir tan bien ya no está, y tal como si fuera una droga, nos sentimos presionados para buscar una nueva. Nos engañamos creyendo que obtendremos la misma fuente de validación en otras personas o en otras cosas, cuando esa ‘validación’ siempre debemos obtenerla de nosotros mismos. La vida es cambio, es estar a la expectativa, no vivir de ella.

Viaje a la nostalgia

Estoy en un viaje con mi familia por unos días, justo una semana después de mi sexto globo2cumpleaños por las vacaciones de verano. Mi cumpleaños es el 4 de Julio. Un día de festejo y celebración en Estados Unidos por su independencia pero un día común y corriente, sofocante y caluroso, como casi siempre lo son en el desierto mexicano que es mi estado natal. Estamos en un cuarto de hotel con ventanas blancas grandísimas que permiten la entrada de varios rayos de sol. Estoy saltando en un sillón de lino color lavanda con un estilo moderno y minimalista, lo cual es muy extraño ya que lo pienso, pues estamos en el ’99.

Antes de salir a comer, recuerdo estarme riendo y saltando en la cama, con mis rizos rebotando en el aire y mis ojos cerrados para poder sentir que estoy volando. De repente, mis papás me callan y mi risa se detiene mientras hablan por teléfono. Los escucho decir que alguien había entrado a mi casa. Tengo 6 años, pero sé lo que significa que alguien entre a la fuerza a donde yo vivo. No tengo idea del alcance que pueda tener, pero claramente empiezo a entender por el tono de sus voces que algo no está nada bien. Siento el pánico en la voz de mi mamá mientras grita: “¡tenemos que devolvernos a la de ya!”, mientras recoge sus cosas.

Confundida, tomo la mano de mi abuela mientras veo a mi papá empacar más rápido que un relámpago nuestras maletas de piel color café, para luego subirlas a nuestra minivan Chrysler del ’98.

Veo una lata de Pepsi en la otra mano de mi abuela. Siempre tomando esas sodas llenas de azúcar que nunca me han gustado. “Acabo de ir al dentista y hace que mis manos se sientan pegajosas”, le digo cuando me ofrece un trago. Ella sonríe y me da un chocolate, el cual me como cual aspiradora en 10 segundos, haciendo que me contradiga a mi misma en un abrir y cerrar de ojos.

Mi abuela me limpia con una servilleta la cara, pues desde pequeña he tenido el problema de no poder comer chocolate sin mancharme, aunque sea de la manera más mínima, siempre pasa, no puedo evitarlo. En fin.

Después de que me pareció eterno el camino a casa, por fin nos estacionamos en nuestra cochera. Mis papás casi estrellan las puertas del carro y corren para encontrar nuestra puerta principal prácticamente destruida, y la Policía y algunos familiares esperando afuera.

Estoy esperando en el carro con mi abuela, y después de 15 minutos mi mamá regresa y me dice que nuestra videocasetera (VCR, para los raros que nunca le dijeron en español) había sido robada. No le doy tanta importancia hasta que me dice: “la película de ‘Los Aristogatos’ estaba adentro”. Mis ojos se empiezan a llenar de lágrimas, siento un nudo gigante en la garganta y llevo mi mano hacia ella, como si quisiera deshacerlo manualmente. ‘Los Aristogatos‘ es mi película favorita de Disney de todos los tiempos. A mí nunca me encantaron las princesas, pero dame animales que hablan y cantan y se convierte en un clásico instantáneo en mi cabeza.

Por fin empiezo a entender lo que había pasado realmente. Algo hace clic dentro de mi cabeza y salgo corriendo del carro, con mi abuela y mi mamá siguiéndome el paso.

Y ahí, en medio del caos, me hago camino entre la gente a través del largo pasillo blanco que conecta mi cuarto con el resto de mi casa. Siento que me encogí a un centímetro de altura, pues estoy rodeada de toda esta gente extraña, más grande que yo, y sigo sin entender nada y ellos parecen saber todas las respuestas. Volteo para atrás y veo a mi abuela cubierta en su amada Pepsi, y casi al instante escucho que se le cayó encima mientras la conmoción crecía.

Vuelvo a mi marcha, sigo por el pasillo que parece nunca terminar y veo una pequeña caja enseguida de la televisión donde mi papá guardaba todas las monedas sueltas que podría traer en el día, regadas en la cuna de mi hermana.

Monedas plateadas y cobrizas casi forman una senda hacia cada cuarto de la casa. Ropa tirada por todo el piso, algunas sillas rotas en el comedor y en general mucho ruido y voces llenan el ambiente. Sigo corriendo lo más rápido que puedo, algunos metros se sienten como kilómetros. Mi mamá no entiende qué estoy haciendo o qué estoy buscando hasta que llego a la puerta de mi cuarto.

Tomo la perilla, la giro mientras hace los sonidos raros de siempre y corro hacia adentro. Después de un escaneo rápido, veo el globo de cumpleaños que me habían dado la semana pasada. Lo abrazo, mis brazos cortos me impiden rodearlo completamente, mientras le digo a mi mamá: “¡Gracias a Dios que no se llevaron esto! ¡Tengo demasiada suerte!” (Literalmente esas fueron mis palabras). Ella sonríe, se arrodilla enseguida de mí, me toma fuerte entre sus brazos y me contesta: “Espero que te quedes siendo una niña para siempre”. Y fue ahí en ese momento, que todo el ruido a mi alrededor se dio cuenta que ya no era bienvenido en mi cabeza, y encontró un mejor lugar fuera de mis oídos y dentro del aire vacío.

No llega a ti lo que mereces, llega lo que necesitas

La crisis en Venezuela, los escándalos políticos en Estados Unidos, la corrupción en México, la guerra civil en Siria… entre muchísimos más eventos globales que vemos en las noticias todos los días.

Tanta desigualdad e injusticia en el mundo. Tanta gente inocente, tantos sueños rotos, tanto amarillismo y tanta opresión hacia la sociedad.worth5

Para mí, el sentirme impotente por querer dejar todo y hacer algo yo sola que detenga de una vez esta masacre global, es lo que le da combustible a mi pasión. El periodismo. Siempre supe que quería escribir en medios, pero nunca supe hasta que nivel. Esa pasión que sientes por tus venas, que no te deja quedarte quieto. Me apasiona la expresión humana y el dejar transparentes tantas mentiras ocultas, tanto dolor callado y huellas borradas. Me apasiona buscar la verdad. Sentir que se hace justicia.

En días pasados cuando platicaba con compañeras de trabajo, discutíamos acerca de cómo nos creemos preparados o bien informados para decirle a alguien:

“Tú no te mereces esto ó a el/ella”. 

Por lo general, dirigimos estas palabras a alguien que nos importa, alguien cercano a nosotros que sufre por alguien o a causa de algo. Es nuestro consuelo, palabras que salen casi automáticamente. Tal vez para elevar su autoestima o para demostrarles que nosotros “si apreciamos su valor”.

Pero, ¿quién en esta vida sabe qué merecemos y qué no?

¿Cuántas veces hemos sentido esa opresión en el pecho cuando alguien que nos importa se derrumba, cuando leemos acerca de nuevos crímenes que quedan impunes, cuando alguien que ‘ni la debe ni la teme’ resulta perjudicado por algo o alguien?

¿Qué es lo que nos da ese poder sobrenatural de poder tener la noción para decidir por otros, para opinar acerca de ‘cuanto’ vale alguien?

La palabra merecer no es la correcta. Todos necesitamos lo que nos pasa. Cada evento en nuestras vidas que no podemos controlar nos sucederá queramos o no. No se trata de merecer. Merecer es que alguien nos deba algo y nadie en esta vida estará en deuda con nosotros por nada. Nunca.

No debemos esperar recibir algo a cambio por ser ‘buenos’, por amar a alguien de la manera ‘correcta’, por quedarnos hasta el final y ser pacientes. Por ser buenas personas, buenos vecinos, buenos hijos y buenos amigos. Eso es algo personal y resulta bastante hipócrita y egoísta esperar que eso nos gane puntos. Qué eso eleve el nivel de lo que “nos merecemos”.

La vida no es una tabla donde anotamos nombres y enumeramos favores. Por eso es que a veces no nos trae ese sentido de justicia. Nosotros debemos buscarla. Estamos sedientos de algo que nos podemos dar a nosotros mismos. Algo que puede parecernos un gesto minúsculo a nosotros, no lo será para otros. No sabemos por lo que los demás estén pasando a nuestro alrededor.

La parte complicada es que esto no nos asegurará que algo igual de bueno nos llegue. Aunque me gustaría creerlo con toda mi alma, no puedo, por qué la vida da muchas vueltas. Puede que lo que hagamos o digamos no nos traiga la justicia que queremos para nosotros, pero llegará lo que necesitamos en ese momento. O tal vez llegará justicia para alguien más, de una forma u otra.

Traerá una lección. Un gran amor. Un arrepentimiento. Un simple “gracias” o un “te extraño”. Traerá derrotas, corazones rotos, pensamientos oscuros y ausencias que nos persiguen.

Justicia no es ‘recibir’ lo que nos merecemos. La justicia no es fe y no es destino. La justicia nos la hacemos nosotros, aunque no podamos controlar todo lo que nos pasa durante nuestra existencia. Algunas cosas suceden por qué tienen que suceder. No hay explicación, no hay razones y tenemos que vivir con el hecho de que debemos aceptar lo que no podemos cambiar. Aprender y crecer, por qué nunca terminamos de hacerlo. Encontrarnos a nosotros fuera del ruido, fuera de lo que otros quieren de nosotros y más importante, fuera de lo que creemos necesitar.

El problema es que trabajamos demasiado duro para tener lo que otros tienen, para buscar lo que ni siquiera sabemos, y al hacerlo, perdemos el enfoque acerca de lo que en verdad nos importa. Nos guiamos por un patrón de justicia que no existe. Nos hacemos esclavos de otros ideales, de otras vidas. Le damos más validez a algo que vemos en internet y dejamos que nuestra privacidad se pierda. No necesitamos publicar todo lo bueno que nos pasa para hacerlo real. Es necesario dejar de querer ‘probar’ nuestro valor. Las personas a las que les importes de verdad sabrán que tan extraordinario/a eres, por qué te querrán a su lado. No hay mejor ‘prueba’ que esa.

Cada quien hace su suerte y cada quien crea su propia verdad. Suena loco, pero creo que lo único que es universal en el mundo son las matemáticas. Fuera de eso, cada quién debería creer, hacer, decir, pensar y sentir lo que se le de la gana. Sin hacer el mal, sin hacerlo a costa de otros, pero al fin y al cabo, crear tu propia realidad y vivirla con todo lo que tienes. Sin probar un punto, sin compartir a todos lo que coseches. Vivir para ti y aguantar el camino, por qué nunca sabes lo que te puedas topar.

Dicen por ahí…

Vivimos en un círculo bastante cerrado, dentro de una sociedad donde el pasatiempo número uno es el chisme. Y aunque creamos que sólo sea así donde vivimos, realmente en todas partes del mundo existe la propagación de algún rumor y las críticas a vidas ajenas.grow

El mundo está lleno de gente que habla de otros, de opiniones no solicitadas y de condenas que ni siquiera existen. Condenas que nadie nos da el derecho de dictar. Los rumores pueden destruir vidas enteras. Aunque sean mentiras, aunque no tengan ni un gramo de verdad en ellos, pueden tener un impacto grandísimo en alguien. Un golpe a la dignidad y a la credibilidad propia.

Aquellos que hablan sobre lo que no saben o lo que no conocen, simplemente son los que no pueden estar tranquilos con sus propias vidas. Aquellos que necesitan inventar y juzgar por qué no tienen nada mejor que hacer. Aburrimiento expresado en la peor manera.

La buena noticia es que lo que los otros piensan de nosotros no tiene absolutamente nada que ver con nosotros y nuestras vidas. Todo lo que eso refleja es a ellos y su personalidad. O mejor dicho, falta de ésta. No tienen carácter propio. Prefieren fundirse entre las vidas de otros, por qué no sienten que las de ellos sean lo suficientemente interesantes como para evitar enfocarse tanto en las ajenas.

Dicen que todo lo que se critica es por qué vemos algo que nos molesta de nosotros mismos reflejado en otros. También dicen que lo que se juzga es lo que se envidia. No creo que eso sea 100% verdadero, ya que hay miles de teorías como ésta sobre las relaciones humanas y es un poco ridículo asumir que hay reglas para comportarnos. Pero viéndolo desde el aspecto psicológico, tiene una pequeña parte que me hace pensar.

Todos hemos llegado a criticar, pensar mal de alguien, asumir cosas que no son y hasta hemos llegado a encasillar a alguien sin conocerlo. Algunas veces nuestros prejuicios se van a cumplir, a veces no estaremos tan errados, pero de igual manera…

¿Hace falta compartirlos al mundo?

¿Qué nos hace pensar que lo que nosotros tenemos que decir acerca de alguien importa?

No por qué tengamos una voz significa que la tenemos que usar para lo que sea y cuando sea. Una voz nos es dada para no callarla, sí, pero cómo la utilizamos es lo que más importa. Ni siquiera sabemos los detalles de la historia completa, pero pretendemos conocerla al pie de la letra y abrimos la boca antes de abrir la mente.

Los que piensan con inteligencia, sabrán que si no es su historia para contar, no lo harán. Sabrán que los chismes se acaban cuando llegan a sus oídos, pues el silencio dice más de ti que lo que tus palabras algún día dirán. Entenderán que las habladurías de los demás son solo eso, palabras sin fundamento. Palabras que hieren, palabras que pretenden infiltrarse en nuestras cabezas para debilitar nuestra confianza, nuestra autoestima y nuestro ego.

A como yo lo veo, somos seres humanos con tantas capacidades para pensar, para discernir entre lo que está bien y lo que está mal (moralmente hablando), para poder tomar una decisión correcta. Sin embargo, muchas veces recurrimos a otros y lo que ellos opinan de los demás para formarnos una idea de algo o alguien que ni siquiera hemos comprobado nosotros mismos.

Es 100% válido y necesario intentar por nuestra cuenta. Percibir ciertas cosas o ciertas actitudes que no nos gusten o que no nos convengan, pues al fin y al cabo es lo que nuestra percepción interpreta. Si nosotros estamos de acuerdo y experimentamos de primera mano, ya no hay chismes ni habladurías. Habremos comprobado algo según nuestros valores y nuestra personalidad. Tendremos lo que ya es raro escuchar en estos tiempos. Algo que casi se convierte en un fenómeno mitológico. Una opinión propia.

Lo ignorante es dejarnos influir por lo que otros opinen de nosotros, lo que otros creen que es lo mejor para vivir nuestra vida. Es demasiado tóxico vivir en un ambiente así. Demasiado desgastante. Personalmente, no me puedo imaginar algo que me de más flojera que el escuchar lo que otros creen que hago, lo que creen que pienso y lo que asumen que soy. Se perfectamente quién soy, tengo claras mis metas y mis opiniones, pues las he vivido con cada parte de mi. He aprendido a vivir mi vida basada en mis experiencias, en mis ideales y en lo que la gente que quiero y confío me ha enseñado.

Hasta el que más dice que no le importa lo que hablen de el, se llega a tambalear con el tiempo. Somos seres humanos, es normal sentirnos afectados cuando alguien inventa un rumor que nos involucra o cuando intentan humillarnos. No somos de acero, por más que tratemos de hacernos los fuertes.

Y no se trata de vivir huyendo, a donde vayamos nos toparemos con críticas, con gente negativa, con malas vibras y con un millón de rumores. Simplemente se trata de filtrar absolutamente todo lo que escuchamos, contar amigos con los dedos de ambas manos, aprender a quién decirle algo y a quién definitivamente es mejor dejarlo en la sombra. Es mejor volvernos incrédulos, cuestionar todo y dar nuestra confianza únicamente a aquellos que se la ganen.

Se nos hará más fácil conforme avancemos el vivir a nuestro ritmo y aunque probablemente nunca llegue el día en el que no nos importe en lo absoluto lo que opinen de nosotros, si podremos llegar a un lugar de paz, un lugar donde esos rumores no nos detendrán de hacer lo que queramos y lo que sentimos que necesitamos hacer.

Nadie nos define y nadie tiene tanto poder en sus manos como para manipularnos y tratar de controlarnos. Nosotros somos los que al final del día decidimos si estamos a cargo o si dejamos a alguien más decidir por nosotros. No esperemos la aprobación o aceptación de otros todo el tiempo, es imposible cumplir con sus expectativas. Cumple las tuyas, pues al final sólo nosotros podemos crear nuestra propia verdad.

La muerte y los nuevos comienzos

Aquel que se debate entre la vida y la muerte. Un milisegundo que puede cambiar absolutamente todo, que puede marcarnos la vida. Momentos que nos hacen darnos cuenta que nada volverá a ser igual y hace que el tiempo se divida en dos partes, el antes de esto y el después de esto. La delgada línea que marca la diferencia entre existir y desaparecer.muerte

Por ahí dicen que los finales siempre traen un nuevo comienzo. La muerte. Un fin a algo o el fin corporal de alguien. Tal vez simbólico de una etapa en tu vida que se acaba, una experiencia, un momento que llega a su fecha de expiración.

Cuando algo deja de existir en nuestras vidas, ¿no es lo normal avanzar y empezar de nuevo?

Hablando del término de manera literal, siento que muchas veces interpretamos la muerte como algo triste e insuperable. Esto es porque de cualquier forma que lo queramos ver o acomodar, la muerte es una pérdida. Es definitiva. Es un final a algo que antes estaba ahí y ya no está. Y eso es lo que más duele, que no es reversible.

Vivir un duelo es algo que viene por etapas. Es algo que toma tiempo, el que sea necesario, no hay límites. Es amor acumulado en un nudo en la garganta, en una lágrima que no sale, en un dolor en el pecho que no tiene a donde ir. Un duelo se vive con una gran fortaleza interna, sin ella todo se va craquelando y cuando menos lo pensamos, nos rompemos. Y estamos peor que en un principio.

El dolor de un duelo cuando algo en nuestras vidas se termina, viene en olas. A veces van a haber días que te sientas bien, otros vas a creer que ya lo peor pasó pero al siguiente volverás a llorar y a recordar todo lo que fue, todo lo que ya no está. Comparo el dolor con las olas del mar porque a veces vendrán tantas memorias y recuerdos acumulados que no creerás aguantar… luego vendrán muy pocos y sentirás que por fin puedes respirar.

Llegará un punto donde estas olas vendrán mucho más separadas unas de otras. Tal vez porque secretamente no queremos que dejen de venir para que nos sigan recordando de lo que alguna vez ocupó ese vacío. Pero algunas veces, no seremos nosotros los que decidiremos y en un abrir y cerrar de ojos, no nos daremos cuenta de cuándo ni cómo, pero las olas van a terminar en la distancia. Y lo que alguna vez representaron serán estelas de brisa tan distantes que ni siquiera el olor podremos percibir.

Muchos momentos y vivencias en nuestras vidas llegan a su final en algún punto. Y aunque queremos caer en la romántica e idealista idea de que “todo es para siempre”, la verdad es que nada lo es. Porque nosotros como humanos tenemos un fin en esta tierra. Tenemos cierto límite de tiempo, el cual no sabemos, pese a corazonadas o intuiciones que creemos tener de vez en cuando. Uno nunca sabe cuando será la última vez que hagamos ese algo que nos gusta. La última vez que veamos a esa persona. La última vez que escuchemos sus palabras y respiremos el mismo aire. La última vez que estemos en cierto lugar.

Damos tantas cosas por sentado en la vida que se nos hace fácil posponer todo. Crear un mundo perfecto, un mundo donde todo lo podemos dejar al mañana y mandamos nuestras preocupaciones a la tierra del “más adelante” o del “a ver en un futuro que pasa”. Somos demasiado necios y escogemos ser ignorantes frente a la cruda realidad de que el futuro a veces es la más cruel de las traiciones. Un futuro es incierto, es totalmente incontrolable, entonces…

¿quién nos dijo que podemos jugar a ser capitanes de nuestro propio barco si ni siquiera podemos manejar la marea que se avecina?

¿Estamos vivos o solo respiramos? Piensen bien en esta frase. Ignorando el cliché masivo que esta pregunta representa y dejando de lado que tengamos planes futuros, analicemos…

¿Qué hace nuestro hoy lo suficientemente valioso e importante si dejáramos de existir mañana?

Nos olvidamos de alimentar nuestro interior, de aprender de nuestro alrededor, de decirle a aquellas personas importantes que las amamos y lo que significan para nosotros, todo porque asumimos que ahí estarán. Siempre a nuestra merced, siempre a nuestra disposición. Pero así no funciona la vida. Esta no es injusta, simplemente está llena de momentos. Momentos que tienen fecha de caducidad, momentos que están hechos para acabar.

Las cosas no siempre salen como queremos y esa debería ser la lección más grande de todas. Hasta las personas a las que más les importas tienen un límite. Borra de tu mente que el amor, la paciencia y el tiempo harán que todo se alinee. Son frases que vienen en las tarjetas que te venden en farmacias o que lees en Pinterest, pero no son reales.

Aprovecha lo que tienes mientras lo tengas. Disfruta cada segundo, no finjas nada porque lo único que eso causa es quitarnos tiempo valioso que se debería utilizar para realmente vivir. Sé honesto y auténtico en todo; cada día exprésate, emociónate y dale significado a lo que hagas. Elimina de tu vocabulario la palabra ‘aburrido(a)’ porque siempre va a haber algo que hacer. Levanta el teléfono y llámale a quien en verdad quieras escuchar y que te escuche y si estás pensando en alguien que has dejado atrás por circunstancias después de leer esto, pues no te esperes a que sea demasiado tarde. Ve a donde quieres ir, crea tu propia carretera ahora que puedes, ahorita que estás vivo.

A ratos vivimos por vivir. Queremos adelantar tiempos, esperamos siempre el momento ‘correcto’ y cuando menos nos damos cuenta, el momento ya no está. La muerte más triste no es la física, es la que sucede dentro. Porque sabemos que podemos cambiar, pero nos resistimos a salir de nuestra comodidad y preferimos seguir entumecidos, ignorantes al cambio y a la voracidad del tiempo. Lo que no decimos, lo que no hacemos y lo que escondemos no se muere, nos mata.

El ser humano y sus conexiones

La primera impresión ante otros. Las percepciones. Que porqué nos vemos de una manera tenemos que ser de cierta manera.

“Dime con quién te juntas y te diré quién eres.”conexion

Una de las frases que más le encanta decir a la gente… y creo que es totalmente falsa.

Todos tenemos un sentido de identidad propio, somos un mundo y un universo distinto. Tendremos amigos intelectuales, fiesteros, familiares, ‘fresas’, nerds, rockeros, hipsters, ‘valemadristas’, doños, etcétera. Eso es la belleza de la raza humana y sus conexiones.

Qué bonito es coincidir en esta vida con mentes tan diferentes, pero que al formar lazos, éstos se hacen tan fuertes que nos parecen infinitos.

Tú eres los libros que lees, las películas que ves, la música que escuchas, lo que opinas, tus relaciones pasadas y actuales, los sueños que tienes. Eres lo que rescatas de tu alrededor. Eres lo que aprendes después de equivocarte. Eres un colectivo de todas las experiencias que haz tenido en tu vida. Tú no eres lo que otros dicen que eres. Eres quién escoges ser.

Tú eres un universo repleto de oportunidades, de crecimiento, de capacidades increíbles para amar, para dar y para aguantar lo adverso.

Una conexión profunda con otro ser humano es lo más complejo del mundo. Es llegar a entender cada parte del otro y entender sus razones de ser. Conectar con alguien no es solamente saber que les gusta y que les disgusta, es sentirte escuchado y valorado.

Conectar es algo inexplicable, sólo lo sientes. Es hablar de nada, pero que signifique todo. Hay cierta chispa y electricidad en el ambiente, te sientes totalmente en paz y tranquilo. No existen los silencios incómodos. Una conexión verdadera implica honestidad y la vulnerabilidad es el único puente que la permite.

Lo más importante en esta vida es ser verdadero. A veces es normal querer moldearnos para encajar más en cierto lugar o con ciertas personas. Es parte del ser humano y el proceso de adaptación.

¿Pero vivir una vida entera así, donde pretendes ser alguien más? Eso no es vivir.

A mi me encantan las personas honestas. Y por honestas no me refiero a solamente decir la verdad. Me caen muy bien las personas que hacen lo que quieren, que no pretenden ser alguien más, que no se andan con juegos y mensajes ocultos, que dejan las cartas sobre la mesa.

Aquellas personas que de entrada te dicen lo que les gusta, lo que no y se permiten abrir la puerta a su mente y dejar entrar a su alma, sin miedo a que los lastimen, por qué saben que no tienen nada que perder.

Hay un cierto momento al que llegas durante tu vida donde decides que ya no quieres más drama ni estrés innecesario. Donde aprendes a liberarte de personas, comentarios y situaciones irrelevantes. Dejas la puerta abierta de tu vida para que se vayan los que se quieran ir y para que entren los que en verdad se quieran quedar. Ya no te preocupas por detener o controlar todo, pues te das cuenta que es energía perdida.

No es que hayas perdido la paciencia, es que ya fue mucho tiempo de tener demasiada. Esto es algo que me gusta llamarle ‘despertar’. Un punto de realización. Dejas de sentir esa dependencia hacia alguien o hacia algo, te liberas de apegos emocionales que no te permiten avanzar. Aprendes a amarte a ti mismo para así poder restablecer a su debido tiempo esa conexión que alguna vez sentiste. O simplemente crear algo nuevo en otro lugar. Sin ataduras, sin arrastrar emociones, sin resentimientos y con la mente y el corazón más abiertos que nunca.

Creemos que todas las personas que amamos o que nos importan nos serán incondicionales por siempre. Con el tiempo descubrimos que ese no es siempre el caso y entendemos que como seres humanos es natural crecer en diferentes direcciones y cambiar para seguir andando. Nosotros decidimos si nos reencontramos o si nuestros caminos nunca se vuelven a cruzar. Mientras tanto, la vida sigue y sigue y nada que hagamos o digamos la hará parar.

El tiempo. Aquél que consume todas las cosas. Aquél que te permite sanar, sufrir, revivir o morir, todo depende de cómo decidas emplearlo.

Cuando las conexiones son reales, nunca mueren. Pueden ser enterradas, ignoradas, escondidas o puedes escoger huir de ellas. Pero éstas nunca se rompen. Si alguna vez haz establecido una conexión así de profunda con alguien o con algún lugar, sabrás que la conexión se mantiene a pesar del tiempo, de la distancia, de la ausencia y de la presencia.

Las circunstancias no pueden romper algo tan puro. Es como una máquina del tiempo. Al volver a visitar esa conexión, instantáneamente te transporta a ese lugar, ese momento, esa escena en tu cabeza que piensas seguido. Una especie de déjàvu. Un fragmento del universo donde el tiempo nunca pasó y la ausencia no se sintió. Sólo importa ese preciso instante.

Las conexiones no cambian. Las personas sí.

No confundas el querer crear una conexión con soledad. No por sentirte solo trates de forzarla. Nunca funciona… y eso el tiempo solito te lo demostrará.

Crisis de los veintitantos… ¿Cuál crisis?

Hay quienes hablan de la crisis de los 23, que la de los 24, la de cuarto de siglo, la de los 30, los 40…

Esto me hizo preguntarme,

¿En verdad entramos en lo que se puede definir como una crisis, o somos nosotros mismos los que nos inventamos el término para justificar el identificarnos con otros que se sienten igual?

A mis casi 24 años me puedo dar cuenta de varios puntos esenciales que estoy viviendo o que he aprendido y que la gente a mi alrededor vive por igual, pues la década de nuestros 20’s es la más emocionante, triste, complicada, sorprendente y confusa que vamos a tener. En verdad no existe una crisis como tal, pero secretamente nos encanta el dramatismo que le da la palabra a nuestra vida.20 twenties learning freedom love happiness lessons amor felicidad madurez emociones emotions

Si lo pensamos bien, nuestros 20’s son los que suelen englobar algunos de los eventos que más nos marcan en nuestras vidas; y lo más chistoso es que llegan a ser bastante contrastantes entre sí. Obtener un trabajo que amamos o renunciar a uno que odiamos, emprender, fracasar, tener un bebé, casarnos, terminar una relación, viajar, estudiar una maestría o un curso, tomar una clase de un pasatiempo que nadie conoce, vivir con nuestros padres, independizarnos… y la lista sigue.

En nuestros 20’s, somos jóvenes confusos: nos sentimos «en edad» como para salir a divertirnos y tener un millón de preguntas y dudas acerca de nuestro camino, pero también nos sentimos «viejos» ya para juegos emocionales, relaciones tóxicas o fiestas maratónicas. Lo que a veces olvidamos es que nosotros creamos nuestra propia historia. La vida no es lineal y cada quién forma su camino. Nunca llegamos tarde, siempre estamos a tiempo.

Nos damos cuenta que es mejor ser honestos y decir lo que sentimos, pues ya no tenemos la paciencia ni las ganas para aguantar tanto drama.

Dejamos que las mismas cosas nos vuelvan a hacer daño una y otra vez, pero no entendemos que para detenerlas no son ellas las que tienen que parar. Somos nosotros los que debemos dejarlas ir. Comprendemos con el tiempo que el perdonar es el primer paso para sanar.

Nos damos cuenta que el olvidar no existe y el recordar sin que duela es todo un proceso mental que nos obliga a no saltarnos ningún paso, aunque queramos adelantar el tiempo a como dé lugar para sentirnos bien.

Somos desesperados y tomamos decisiones en un arranque emocional o del momento, para luego arrepentirnos y atormentarnos cuando las cosas no salen como lo planeábamos o esperábamos. Todavía no entendemos que no se puede volver el tiempo atrás y debemos pensar dos veces antes de hablar o actuar.

Ya las crudas nos pegan de más y no podemos acordarnos de cuándo fue la última vez que no necesitáramos mil remedios solo para funcionar en el trabajo o simplemente para pararnos de la cama.

Trabajamos y ahorramos a veces sin estar seguros para qué lo hacemos. Nos repetimos que es para nuestro futuro y hacemos un millón de planes, todo para darnos cuenta al final que la vida muy probablemente tiene otros para nosotros.

Somos orgullosos para pedir ayuda y temerosos para confiar en alguien, pues nos hicimos duros. Creemos que somos autosuficientes y que todo podemos hacerlo solos. No entendemos que el ser adulto involucra escuchar otros puntos de vista, dejar de creer todo lo que oímos y que debemos contar a los verdaderos amigos con los dedos de una mano.

Nos llega la nostalgia de tiempos pasados, donde solíamos creer que todo era «fácil y simple», pero somos sinceros y entendemos que probablemente siempre nos sentiremos así, no importa si tenemos 50 o 60 años, la vida seguirá poniéndose cada vez más compleja, pero cada año que pase nos sentiremos más capaces para lidiar con los obstáculos.

Nos da un inmenso miedo el fracaso, pero confiamos que vamos por el camino correcto y aprendemos a rodearnos de aquellos que nos empujan a ser mejores. Ya no hay espacio en nuestras vidas para comentarios innecesarios, momentos incómodos y personas que juraron estar con nosotros en las buenas y en las malas, pero eligen irse de nuestra vida.

Cada vez llama menos la atención el salir a antros hasta la madrugada y hablar con extraños en el baño, y solo quieres quedarte en tu casa a ver una película y escuchar música en las pijamas más destruidas que tengas, pero que son tus favoritas.

Ya el querer irnos a vivir a otro lugar o estudiar una maestría son planes reales, pues nos damos cuenta que ya somos lo suficientemente adultos para no necesitar permiso de nuestros padres y mantenernos económicamente.

Nos da miedo avanzar, pues a veces sentimos que nos tiramos al vacío y quién sabe dónde aterricemos. Pero pronto, nos damos cuenta que ganamos más al estar en movimiento y no quedarnos estancados.

Ya no hay números, calificaciones, comentarios, exámenes o personas que nos definan, ahora nos toca a nosotros llenar las páginas de nuestro libro con experiencias propias. Ya nadie te dará la mano como antes, aprendemos a no depender de nadie para nuestra felicidad y nos damos cuenta de qué tan chingones somos en lo que hacemos y lo que podemos ofrecer al mundo.

Lentos pero seguros, tenemos cada vez más claro lo que queremos y lo que buscamos de la vida. Apreciamos a nuestras familias por quienes son y todo lo que nos dan. Entendemos sus heridas y dejamos de entrometernos en sus procesos. Ya no caben en nosotros berrinches ni el querer caerle bien a todo mundo, porque solo importan los que están a nuestro lado y nos dedican el tiempo.

Nos obsesionamos con redes sociales y nos dan envidia las supuestas vidas perfectas de otros, cuando no nos damos cuenta que esas vidas no existen. Una red social es revelar al mundo tu vida, ¿tú crees que alguien va a publicar un Story cuando esté llorando a las 2 am en su regadera? ¿O una foto donde la luz no les favorezca y se vea algo que no vaya con los glorificados y falsos estándares de belleza?

En nuestros 20’s nos damos cuenta que las redes sociales no determinan nuestro valor, que todo ahí es publicar únicamente lo bueno que nos pasa, pero no refleja la realidad al 100%. Aprendemos a verlas como una gran plataforma para dar a conocer nuestras habilidades y nuestro talento, no quien quisiéramos ser o qué quisiéramos tener. Nos hartamos de los mensajes ocultos y las señales confusas. Dejamos de sentir que un ‘Like’ define si nos merecemos ser vistos o escuchados.

Esperamos demasiado de otras personas, queremos que hagan las cosas a nuestra manera, que nos amen como queremos y que prometan estar siempre a nuestro lado, pero llega un punto en el que asimilamos que así no funciona la vida y tenemos que aprender a coexistir con todo y sus defectos, porqué ahora sí reconocemos los nuestros (¿Y cómo cuesta, no?).

Nos dan ganas de mandar todo al carajo, rendirnos y bromear con que queremos que alguien venga y nos resuelva la vida, cuando sabemos dentro que nadie lo hará más que nosotros.

Nos sentimos triunfadores cuando alguien nos alienta, aprendemos a hacer el tiempo para las personas y las actividades que realmente importan, dejamos de preocuparnos por cualquier cosa, nuestros pensamientos y prioridades cambian y nos vamos haciendo un hueco muy especial en este mundo, donde sabemos que encajaremos perfectamente y a la medida.

Es durante esta etapa que tomas decisiones clave. Disfrutas tu libertad pero también luchas contra tu inmadurez. Tus prioridades poco a poco empiezan a cambiar. En esta etapa preparas la tierra para la enorme cosecha que viene. Te seguirás equivocando, pero ahora sí tienes la opción de decidir sanar y aprender a amar. A ti mismo y a otros. Dale a tus 20’s la importancia que se merecen y permítete vivirlos tal cual (Y no sufras por lo insignificante).

No busques la felicidad

Hace poco me preguntaba si todos podemos ser genuinamente felices todo el tiempo. Si la felicidad es un estado totalmente alcanzable y estable en nuestras vidas. Mientras más lo meditaba, más caía en cuenta que es imposible estar 100% feliz cada segundo de nuestra existencia.
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La felicidad es una emoción, un sentimiento como el enojo, la tristeza y la confusión. Podemos estar siempre agradecidos con la vida, con lo que nos da y con lo que nos permite aprender. Podemos vivir con humildad, con un respeto hacia lo que ya conocemos y con asombro a lo que aún no. Creo que a lo que debemos de apuntar en esta vida es sencillamente
paz y salud mental.

Esa tranquilidad dentro que te mantiene firme y con tus ideas ordenadas, que te permite tomar decisiones bien fundamentadas y hace que tu corazón pueda estar de alguna manera conectado directamente con tus acciones.

Pregúntate a ti mismo,

¿Estás conforme con tu vida así como está en este segundo?
¿Y si ya no existiéramos mañana, qué harías diferente hoy?

Esta última pregunta suena a lo más cliché del universo, pero una conversación con una amiga en las últimas semanas me puso a pensar mucho en ella.

Hay algo muy triste en que de repente te caigan muchos veintes de todo lo que tiene que ver con el tiempo y los momentos perfectos. Hay cosas, situaciones, personas que queremos en nuestras vidas en este momento, pero sabemos que simplemente no es el tiempo correcto, lo que nos hace aplazar decisiones para quizás mañana, quizás en unos meses, años…

Siento que esta es una contradicción grandísima. Pero soy una fiel creyente que todo tiene su momento y su espacio. Simplemente tenemos que vivir con eso, aceptar que hay cosas que no podemos hacer hoy y tenemos que dejar para mañana. ¿Es arriesgado? Sí, bastante. Pero de vez en cuando la paciencia es algo sumamente necesario.

A veces tenemos que pasar por trabajos que no son nuestra primera opción, aguantar tiempos difíciles, separarnos de alguien, estar en lugares que no nos llenan, sobrepasar una enfermedad o una discapacidad física, entre muchas otras cosas que nos ponen a prueba; pero todo eso nos lleva a un punto exacto. Es muy impresionante cómo cuando se nos presentan esas circunstancias en nuestra vida, nos vemos «obligados» a crecer. A superar y a madurar a una velocidad acelerada. A descubrir aspectos de nosotros que no conocíamos. Sacamos fuerza de donde creíamos que no existía o que no había.

Y aquí entra la parte complicada. Tenemos que aprender a hacerlo solos. Hay muchos que van a preferir llorar a puerta cerrada a hacerlo acompañados. Sacar frustraciones en algún deporte en vez de hablar sobre ellas con alguien. Esas personas me intrigan demasiado. Porque aunque no lo hagan por las razones «correctas» por así decirlo, tienen un punto.

No digo que solos podamos pasar los malos momentos de una manera más fácil, al contrario, es bueno rodearte de gente que le importe tu bienestar, que te entienda y que no le moleste una llamada tuya en la madrugada porque tienes una crisis emocional y necesitas hablar. Lo que digo es que tenemos que aprender a hacer todo solos, debemos de tener esa opción. Nosotros mismos somos lo único seguro que tenemos en esta vida.

En el día a día, estaremos aquí para nosotros y cuando ya dejemos esta tierra, dejaremos de existir por igual. Es lógico que queramos conocernos e independizarnos, pero ese deseo no siempre viene natural. Es una de las decisiones más valientes del mundo, pero el verdadero reto es que no siempre vas a ser tú el de la iniciativa. Hay circunstancias en la vida que nos forzarán a estar solos. A procesar nuestro dolor y a reinventarnos como sea y a como podamos.

Pensamos que las cosas malas nunca nos van a pasar a nosotros, vemos todo desde nuestra cueva segura, nos sentimos protegidos en nuestra burbuja circunstancial, cuando es sumamente verdad que nadie está exento de absolutamente nada. Decimos que no es justo, que si porqué nos pasó equis cosa, que no nos lo merecemos.

Ahora te pregunto a ti, ¿y quién si se merece todo lo malo?
Probablemente pienses que aquellos que hacen el mal, que se encargan de arruinar vidas con sus actos. Pero yo pienso que no tenemos derecho alguno de opinar lo que le debe o no le debe pasar a alguien por simplemente ser como es. Karma y esas cosas son temas que no me gusta profundizar porque la vida es incierta. No todo lo malo le pasa a los «malos» ni todo lo bueno a gente «buena». A cada quién le toca lo que le debe de tocar en esta vida, esta no discrimina y nos ve a todos iguales. Somos humanos que tratamos de sobrevivir en un mundo demasiado loco y aunque parezca que todo es al azar, la verdad es que no creo que haya tantas casualidades como creemos.

Hay eventos en nuestra vida, sea un corazón roto, una confusión existencial, una muerte, un abandono, o lo que sea, que ni aunque tratemos de prevenirnos o de evitarlos podrán detenerse.

Yo sé que va a haber momentos donde vamos a sentir que estamos pasando un periodo muy oscuro, nos sentiremos solos, nos hará falta llorar y gritar un millón de veces para poder empezar a entendernos. Sé que a veces se nos va a hacer muy pesado el camino a estar bien, a recuperar lo que alguna vez pensamos que era nuestro momento más feliz, regresar a donde no había drama y todo era tranquilidad y sonrisas. Déjame recordarte que en la vida no se sufre siempre. Nosotros decidimos cuánta oscuridad y sombra dejamos entrar en nuestro alrededor y tenemos el poder más bonito del mundo que es el salir adelante y escoger ser fuerte a pesar de que te caigas. De los hoyos más profundos se sale, aunque a veces sintamos que ya no habrá nada que nos devuelva esa claridad que alguna vez sentimos.

Pero, ¿adivina qué? Si ya nos sentimos así una vez, ya que pasemos por toda esa montaña rusa de emociones, apreciaremos más la siguiente vez que seamos honestamente felices. Vamos a saborear esos momentos (momentos siendo aquí la palabra clave), porque no le deseo a nadie la felicidad eterna, eso no existe. Les deseo paz mental y muchísimas ocasiones que les puedan sacudir el mundo de lo felices que estarán.

Cuando salgas de los tiempos difíciles, vas a ser el mismo de siempre, pero no el de antes (complicado de explicar). Se te hará una piel más gruesa, vas a aprender a dejar ir las cosas pequeñas e insignificantes que antes parecían problemas monumentales. Hay demonios que tienen que vivir con nosotros por toda la vida, pero se pueden mantener en un lugar recóndito muy dentro que nos permita vivir con tranquilidad.

Deja que tu dolor y tus cicatrices formen tu nueva visión del mundo. Sé siempre fiel a lo que crees, no pienses tanto en cómo tus decisiones le afectan a otros. Piensa en cómo te afectan a ti, porque al final del día tú eres el que vive contigo. Tú eres el que es seguro que atraviese esos momentos difíciles. Ámate demasiado y aférrate a que debes confiar que saldrás adelante.

Es muy fácil quedarnos atorados en el pasado, volviendo a abrir siempre la página donde nos sentíamos completos y querer echarle la culpa a la vida de que la trae contra nosotros. Pero, así, roto y con todos los pedazos regados es como tenía que ser en algún punto. Creo que lo que la vida nos quiere enseñar con eso es que debemos saber armarnos, pieza por pieza, para saber de qué estamos hechos y todo lo que podemos aguantar.

La vida no es fácil y no le creas a quien te diga que lo es. Todos tenemos nuestras luchas, cada quién a su manera. No compares tu dolor ni tu vida a la de otros, no hay punto de comparación. Somos vidas, almas y mentes distintas. No puedes controlar a nadie ni a nada, solo eres dueño de ti. La mayor parte de la batalla está librada cuando sabes que vas a estar bien. Que pase lo que pase, se quede quién se quede en tu vida, vas a estar bien.

¿Sentir o no sentir?

En una de las últimas noches (o madrugadas) cuando escribía, me puse a pensar en cómo vivía mi vida. Me considero una persona que siente todo con intensidad. Estoy muy en contacto con lo que siento y con lo que pienso, y si me lo intento guardar, exploto. Por eso, el hábito de escribir todas las noches y hacer yoga para canalizar lo que tengo en el interior para mi se volvió un ritual. Es una manera de mantener todas mis emociones ordenadas, y no retenerlas más de lo necesario.
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A veces pienso que el ser así es un arma de doble filo. Me pregunto si sentir tanto todo es una bendición o una maldición. Si eres como yo, sabrás que hay ocasiones en las que nos ganan sentimientos negativos o de tristeza y quisiéramos no sentir de esta manera, no vivir tanto cada palabra, cada emoción. Es como si tuviéramos todo lo que tenemos dentro flotando alrededor de nosotros, y llega un punto en el que sentimos que nos sofocamos. Esos momentos en los que quieres sentirte mejor, sabes que lo malo va a pasar, pero en ese tiempo y espacio hay ese pesar dentro de ti que no puedes sacudírtelo tan fácil. Pareciera un fantasma a tu lado todo el tiempo.

Luego, me doy cuenta que estaba equivocada al desear cambiar mi naturaleza y solo era la desesperación hablando. Soy una persona muy transparente. Cuando me río, muchos me dicen que lo hago de una manera muy verdadera, con ganas; cómo que disfruto mucho cada carcajada. Cuando cuento algo, se que soy muy expresiva y tengo mi manera de decir las cosas. Cuando me dicen una buena noticia, es todo en lo que puedo pensar. Y cuando amo, lo hago con cada fibra de mi ser pues no es fácil dejar entrar a alguien en esos niveles tan recónditos de ti. Lentamente mis barreras se caen y se que está expuesto todo de mi, sin embargo me siento segura, pues establecer una conexión profunda con alguien es algo extremadamente raro, pasa menos veces de las que imaginas.

Tengo mucha imaginación, se me ocurren mil escenarios siempre, invento frases y digo todo lo que pasa por mi mente, lo que da pie para grandes historias y buenos escritos. Soy muy ocurrente y no trato de ser alguien que no soy. Si de algo estoy orgullosa es de mi sentido del humor y mi locura, la cual no puedo esconder mucho (los que me conocen lo sabrán). Porqué la locura es algo exquisito en la cantidad necesaria.

El ser humano es complicado. Es raro y confuso. Somos seres con tantas funciones, tanta complejidad tanto biológica como fisiológica y cognitiva, que creo que cuando eres algo menos que complicado, estás yendo en contra de tu propia humanidad.

Lo mejor en esta vida es ser honesto, así que digo lo que pienso. Me hartan los patrones iguales de las cosas. Para aquellos que sentimos todo tan profundamente, no resulta fácil decir mentiras, aparentar u ocultar algo, se nos nota en la cara o nuestras expresiones si algo va mal, si algo nos molesta o si estamos incómodos. Que bueno que sentimos todo así y que no seamos personas unidimensionales. Lo que es simple se vuelve aburrido, monótono, no cuestionas nada de lo que se te pone enfrente, no conoces ese grado de profundidad en tu alma que permite a otros aprender algo de ti, vives con lo que se te da.

No es que seas sentimental con absolutamente todas las personas en tu vida. Creo que mis amigas más cercanas me han visto realmente quebrarme veces contadas. Alguien con quién no tengo confianza o que no he conectado en algún nivel más profundo puede pensar que soy fría o que simplemente no soy sensible. Tardo mucho en abrirme así a alguien, es como un fuerte o pared que pongo alrededor mío para proteger mi vulnerabilidad.

Todos sabemos que la mente es muy poderosa. Si no la detienes, te hace creer cosas que ni siquiera existen, juega con nuestras emociones y altera nuestra percepción.

¿Nosotros controlamos lo que pensamos? Tal vez no lo que se desencadena de un pensamiento en sí, pero claro que podemos concentrarnos en dejar de hacer historias o asumir cosas que son falsas. Al fin y al cabo es tortura mental. Y que agotador vivir así.

Para todos los que sienten con intensidad, no deseen lo contrario. En realidad es lo mejor que les pudo haber pasado. Te permite interpretar todo eso que sientes de una manera más real, vives todo al máximo, sin importar lo que sea. Te conoces plenamente, te das cuenta de lo que quieres y lo que no. Aprendes muchísimo de la vida y de las circunstancias. La gente a tu alrededor agradecerá si te dejas expresar. La única clave aquí es como manejamos esas emociones, y como las interpretamos. Se trata de reconocerlas, vivirlas y luego dejarlas pasar. No se trata de ciclarte en ellas o ahogarte. Confiar en que debemos aceptar todo lo que nos pasa en la vida que no podemos controlar o cambiar.

Se que es común que los que sentimos así esperemos recibir de vuelta todo eso que damos de los que nos rodean. Con el tiempo te das cuenta que no lo necesitas así. Cada quién ama a su manera. Cada quién se abre hasta cierto punto en el que se sienten cómodos y eso es más que perfecto. El punto es sentir. Tan poco o mucho como se pueda, pero al fin y al cabo sentir y no quedarnos callados. No hay nada más bonito que el dar tanto de ti sin esperar nada a cambio. Sí, puede que seas más susceptible a todo, que te lastimes tal vez con más facilidad, pero vale la pena. No porqué alguien más no responda de la misma manera a todo lo que tu das o sientes, significa que no lo sientan dentro en la misma magnitud. Cada quién en esta vida es diferente, no hay manera correcta de sentir o de vivir.

La vida es muy corta para vivirla a medias, aprovecha cada segundo y haz lo que tu quieres, las personas que en verdad te entiendan no te van a juzgar y te apoyarán en todo. Te van a escuchar aunque creas que eres lo más repetitivo y molesto del mundo en esos momentos. Aquí nadie sabe como vivir, simplemente hay que seguir y tener fe de que todo es por algo. Todo es parte de un proceso, y a veces hay que sacar todo lo que necesitamos dejar atrás para poder avanzar.